Definimos sueño como un estado de inconsciencia del cual la persona puede ser despertada por estímulos sensoriales o de otro tipo. Debemos distinguirlo del coma: estado grave que clínicamente se caracteriza por una pérdida de las funciones de la vida de relación (conciencia, sensibilidad, motilidad), y conservación de las funciones vegetativas (respiración, circulación, etc.), del cual la persona no puede ser despertada.
Al año y medio el niño(a) duerme aproximadamente 14 horas al día, a los 4 años aproximadamente 12 horas, a los 10 años 10 horas, en la adultez de 7 a 8 horas, disminuyendo este periodo en la ancianidad.
La profundidad del sueño varía cada hora. Por lo general durante el día el sueño es más ligero que en la noche. De la noche pasamos un 20 % soñando, el 60 % en fase intermedia y el otro 20 % durmiendo profundamente sin soñar.
Cada vez que cambiamos de posición el sueño se hace más superficial instantes antes de movernos, y más profundo cuando se ha completado el movimiento. Al dormir el cerebro no está totalmente inactivo, sino que pasa por diferentes estados de la conciencia, manteniéndonos alerta para ciertos estímulos.
Por ejemplo: la madre que se despierta al leve ruido de su hijo, pero no reacciona ante ruidos más altos.
Existen 2 tipos de sueño por el que travesamos cada noche y en las cuales alternamos:
1. Sueño de ondas lentas.
2. Sueño de movimientos oculares rápidos (REM= rapid eye movement).
El sueño de ondas lentas ocupa la mayor parte de la noche, se experimenta durante las primeras horas de sueño después de muchas horas sin dormir. Es un sueño reposado que se asocia con el descanso del tono vascular periférico, existiendo un descenso de entre 10 y un 30 % de la presión arterial, alcanzándose el momento más bajo durante la cuarta hora. El pulso se retrasa de 10 a 30 latidos por minuto. El metabolismo basal se reduce en un 15 %. Disminuye la frecuencia respiratoria.
Durante este periodo soñamos e incluso tenemos pesadillas, pero es más probable que los recordemos, que en el sueño REM.