La persona muestra una preocupación excesiva hacia el cuerpo, lo que le conduce a la búsqueda de ganancia de peso y volumen, pero sin aumentar grasa, pudiendo llegar a alcanzar una musculatura excesiva y deformante.
También, sufre una distorsión cognitiva de su imagen corporal, y aunque realmente sea fuerte y musculosa, se percibe más débil y pequeña de lo que es y, en consecuencia, pasa muchas horas realizando ejercicio, con abandono de sus obligaciones y repercusión biopsicosocial. La enfermedad puede considerarse como una variedad de alteración dismórfica centrada en la musculatura global y como una adicción al ejercicio.
Se supone que la vigorexia está infravalorada e infradiagnosticada, ya que las personas no sienten que su hábito sea inadecuado y, en consecuencia, no solicitan ayuda. Se inicia generalmente entre los 18 y los 35 años, aunque las dietas y el ejercicio que se emplean para controlar el peso comienzan a edades tan tempranas como los 8-12 años. Los adolescentes varones se preocupan más de la altura y de la musculatura, y las chicas, del peso.
La dismorfia muscular es la manifestación más notoria entre los varones que, sintiéndose a disgusto con su imagen, practican hábitos dietéticos y físicos que causan perjuicios a su salud.
La persona enferma de vigorexia carece de conciencia de enfermedad, por lo que, puede pasar desapercibida durante mucho tiempo.
El abuso de esteroides anabolizantes, que antes sólo se daba entre los atletas profesionales se ha extendido notablemente entre personas que acuden con regularidad al gimnasio. En España, la mayoría se venden sin receta médica, a precios astronómicos, y como no sufren controles, no se sabe su composición real.