En vez de sentirnos entusiasmados ante la llegada de las tan esperadas vacaciones, nos invade, en cambio, una sensación de agobio e incertidumbre. El estrés vacacional es una condición últimamente muy frecuente y bien reconocida por la gran mayoría. Los síntomas más destacados son ansiedad marcada y persistente, preocupaciones y pensamientos negativos, por lo general, de estilos adversos, o dificultad para conciliar el sueño o dormir, por lo que es notable luego el agotamiento.
También lo acompañan irritabilidad, enojo y cambios del humor. Se pueden manifestar síntomas físicos, como problemas digestivos, y, en aquellas personas más vulnerables, pueden darse taquicardia, sudoración y sensación de inestabilidad, entre otros. Principalmente se debe al cambio repentino de rutinas y la dificultad de poder adaptarnos a un ritmo diferente. Pero el estrés también puede ser pre-vacacional. En los preparativos, el hecho de cómo organizar el tiempo, no saber qué hacer con él, genera inquietud e incertidumbre. O bien, nos exigimos para que el tiempo nos llegue al máximo para hacer todo lo que nos proponemos y nos planteamos expectativas muy altas, y de ahí la preocupación y la consecuente frustración si no lo logramos. Una manera de evitar esta situación es planificar la época de ocio con suficiente antelación.
Seguir conectados al smartphone o la tablet y a todas sus aplicaciones, no abandonar el hábito revisar el e-mail o contestar llamadas de trabajo aunque estemos muy lejos de casa, son otros posibles factores de estrés. Dicha hiperconectividad no permite hacer un corte real con la rutina. El necesario descanso no se da plenamente sino aparentemente. Así como el organismo necesita de reposo absoluto para reponerse de una enfermedad, también psicológica y mentalmente se necesita de un reposo verdadero para reponerse completamente y prepararse para los desafíos del año que vendrá.